domingo, 20 de febrero de 2011

"Aparentamos ser felices, sonreir para sentirse mejor (en la mirada de la gente)"

The software of Paradise

The software of Paradise from Jorge Alaminos on Vimeo.

The hardware of Paradise

The hardware of Paradise from Jorge Alaminos on Vimeo.

Documental Al Sur de la Frontera

El nuevo documental de Oliver Stone narra la aparición de una serie de gobiernos progresistas en América Latina, su búsqueda hacia una transformación social y política en el continente, así como las intenciones de EEUU de destruir dichos gobiernos de carácter progresista.

Documental

viernes, 18 de febrero de 2011

No es país para los héroes

Víctor M. Quintana S.
 
No hay más remedio que volver a parafrasear a Cormac McCarthy, el excelente narrador de la frontera. Lo que pasa es que al menos en Chihuahua, y buena parte del norte, este no es un país para héroes… ni mucho menos para heroínas.
 
El lunes 7 de febrero, cuando apenas se recuperaba Chihuahua de la emergencia por el frío, fueron levantados por un comando cerca del poblado El Millón, municipio de Guadalupe, en el valle de Juárez, Elías Reyes Salazar, su esposa Luisa Ornelas y la hermana de aquél, Malena Reyes Salazar. Son hermano y hermana de Josefina Reyes Salazar, valerosa mujer, activista social, defensora de los derechos humanos en aquella aterrorizada región. Además de su militancia añeja de izquierda, Josefina dedicó sus últimos años a denunciar los atropellos de las fuerzas federales contra los habitantes de su comunidad y contra sus propios hijos. En 2009 le mataron a uno de ellos, Julio Reyes. Ella misma fue asesinada a principios de enero de 2010. Parecía que ahí terminaría la saña de los asesinos, pero no, pues en agosto del año pasado ultimaron a su hermano Rubén Reyes Salazar. Y ahora viene la desaparición forzada de Elías, quien padece hemiplejia, de su esposa Luisa, con graves problemas de movilidad en sus piernas, y su hermana Malena, con artritis reumatoide avanzada. Alguien ha decidido exterminar a la familia Reyes, por el hecho de alzar la voz para defender los derechos de la gente. Un ataque más: la noche del martes 15 incendiaron la casa de la mamá de los Reyes, doña Sara Salazar, mujer de lucha, quien en 1998 caminó de El Paso a Sierra Blanca, Texas, con la caravana que logró evitar la instalación del basurero nuclear junto a este poblado.

El martes 8 fue el turno del héroe de Chihuahua, Álvaro Sandoval Díaz. Allá en su perdido Palomas, puerto fronterizo con Columbus, el 23 de enero se enfrentó a varios sicarios que venían por él y su familia por no pagarles la cuota. Los repelió y ultimó a tres de ellos. Pero el 8 de febrero volvieron por él y lo asesinaron a tiros junto con su esposa Griselda Pedroza Rocha, pese a la vigilancia de elementos de la policía estatal.

Así se han ido repitiendo los casos de los verdaderos héroes y heroínas de una guerra que ellos no declararon pero que sufrieron en carne de los suyos y terminaron pagando con su vida. Apenas anteayer se cumplieron dos meses del feminicidio, frente al palacio de gobierno de Chihuahua, de Marisela Escobedo, quien reclamaba el fin de la impunidad para Sergio Barraza, pareja y feminicida de su hija, Ruby Frayre.

Así fueron asesinados el 7 de julio de 2009 Benjamín Le Baron y su cuñado Luis Widmar en Galeana. Benjie condujo la gallarda movilización de su comunidad hasta lograr la liberación de su hermano Eric, secuestrado en mayo de ese año, y luego se convirtió en el dirigente de la organización de su pueblo para autodefenderse y organizar otros poblados.
Por eso cada vez son menos quienes tienen la valentía de denunciar o defenderse. No es fácil ser héroe o heroína cuando se tienen bocas que alimentar, familia que educar. Cuando se pone en riesgo la propia vida pero también la de los seres queridos. Los sicarios podrán ser repelidos, pero sus refuerzos o sus sustitutos siempre vuelven, más crueles, más letales. Los policías o los militares que abusan podrán ser denunciados, pero nunca falta una misteriosa llamada por teléfono pidiendo a quien denuncia “… que ya no le mueva”, que dejen de buscar al desaparecido, que dejen de acusar al que trajo la muerte con uniforme.

La guerra que se nos está imponiendo mata mucha gente, pero también quiere matar actitudes y disposiciones. Quiere suplir la confianza y la mutua ayuda como criterios básicos de la relación con los otros para suplirlos por el aislamiento y el miedo. Quiere apagar todo asomo de valor civil y altruismo. Intenta suprimir la capacidad de indignación, por una abdicación total al poder de las armas ilegítimas o legitimadas. Quiere castrar el origen síquico y social de la capacidad de rebelarse.

En una cosa coinciden el Estado que se eclipsa cuando de defender a la ciudadanía se trata y los criminales que dice combatir: uno y otros buscan imponer a la población el silencio. El silencio de los inocentes, el silencio de los corderos que se dejan matar sin chistar, para seguir con las paráfrasis.

Sin embargo, las heroínas, los héroes, estarán fatigados, diezmados, pero no aniquilados. Hoy mismo, Marisela, otra de las Reyes, cumple 9 días de huelga de hambre en Juárez. Hoy mismo activistas y defensoras y defensores de derechos humanos se reúnen, trabajan, se manifiestan, se rebelan, para que en este país siga habiendo lugar para héroes y heroínas.

martes, 15 de febrero de 2011

Marcos habla sobre la guerra de arriba

SOBRE LAS GUERRAS
(Fragmento de la carta primera del SupMarcos a Don Luis Villoro, inicio del intercambio epistolar sobre Ética y Política. Enero-Febrero del 2011).
Como pueblos originarios mexicanos y como EZLN algo podemos decir sobre la guerra. Sobre todo si se libra en nuestra geografía y en este calendario: México, inicios del siglo XXI…

II.- LA GUERRA DEL MÉXICO DE ARRIBA.
“Yo daría la bienvenida casi a cualquier guerra
porque creo que este país necesita una”.

Theodore Roosevelt.
Y ahora nuestra realidad nacional es invadida por la guerra. Una guerra que no sólo ya no es lejana para quienes acostumbraban verla en geografías o calendarios distantes, sino que empieza a gobernar las decisiones e indecisiones de quienes pensaron que los conflictos bélicos estaban sólo en noticieros y películas de lugares tan lejanos como… Irak, Afganistán,… Chiapas.
Y en todo México, gracias al patrocinio de Felipe Calderón Hinojosa, no tenemos que recurrir a la geografía del Medio Oriente para reflexionar críticamente sobre la guerra. Ya no es necesario remontar el calendario hasta Vietnam, Playa Girón, siempre Palestina.
Y no menciono a Chiapas y la guerra contra las comunidades indígenas zapatistas, porque ya se sabe que no están de moda, (para eso el gobierno del estado de Chiapas se ha gastado bastante dinero en conseguir que los medios no lo pongan en el horizonte de la guerra, sino de los “avances” en la producción de biodiesel, el “buen” trato a los migrantes, los “éxitos” agrícolas y otros cuentos engañabobos vendidos a consejos de redacción que firman como propios los boletines gubernamentales pobres en redacción y argumentos).
La irrupción de la guerra en la vida cotidiana del México actual no viene de una insurrección, ni de movimientos independentistas o revolucionarios que se disputen su reedición en el calendario 100 o 200 años después. Viene, como todas las guerras de conquista, desde arriba, desde el Poder.
Y esta guerra tiene en Felipe Calderón Hinojosa su iniciador y promotor institucional (y ahora vergonzante).
Quien se posesionó de la titularidad del ejecutivo federal por la vía del facto, no se contentó con el respaldo mediático y tuvo que recurrir a algo más para distraer la atención y evadir el masivo cuestionamiento a su legitimidad: la guerra.
Cuando Felipe Calderón Hinojosa hizo suya la proclama de Theodore Roosevelt (algunos adjudican la sentencia a Henry Cabot Lodge) de “este país necesita una guerra”, recibió la desconfianza medrosa de los empresarios mexicanos, la entusiasta aprobación de los altos mandos militares y el aplauso nutrido de quien realmente manda: el capital extranjero.
La crítica de esta catástrofe nacional llamada “guerra contra el crimen organizado” debiera completarse con un análisis profundo de sus alentadores económicos. No sólo me refiero al antiguo axioma de que en épocas de crisis y de guerra aumenta el consumo suntuario. Tampoco sólo a los sobresueldos que reciben los militares (en Chiapas, los altos mandos militares recibían, o reciben, un salario extra del 130% por estar en “zona de guerra”). También habría que buscar en las patentes, proveedores y créditos internacionales que no están en la llamada “Iniciativa Mérida”.
Si la guerra de Felipe Calderón Hinojosa (aunque se ha tratado, en vano, de endosársela a todos los mexicanos) es un negocio (que lo es), falta responder a las preguntas de para quién o quiénes es negocio, y qué cifra monetaria alcanza.
Algunas estimaciones económicas.
No es poco lo que está en juego:
(nota: las cantidades detalladas no son exactas debido a que no hay claridad en los datos gubernamentales oficiales. por lo que en algunos casos se recurrió a lo publicado en el Diario Oficial de la Federación y se completó con datos de las dependencias e información periodística seria).
En los primeros 4 años de la “guerra contra el crimen organizado” (2007-2010), las principales entidades gubernamentales encargadas (Secretaría de la Defensa Nacional –es decir: ejército y fuerza aérea-, Secretaría de Marina, Procuraduría General de la República y Secretaría de Seguridad Pública) recibieron del Presupuesto de Egresos de la Federación una cantidad superior a los 366 mil millones de pesos (unos 30 mil millones de dólares al tipo de cambio actual). Las 4 dependencias gubernamentales federales recibieron: en 2007 más de 71 mil millones de pesos; en 2008 más de 80 mil millones; en 2009 más de 113 mil millones y en 2010 fueron más de 102 mil millones de pesos. A esto habrá que sumar los más de 121 mil millones de pesos (unos 10 mil millones de dólares) que recibirán en este año del 2011.
Tan sólo la Secretaría de Seguridad Pública pasó de recibir unos 13 mil millones de pesos de presupuesto en el 2007, a manejar uno de más de 35 mil millones de pesos en el 2011 (tal vez es porque las producciones cinematográficas son más costosas).
De acuerdo al Tercer Informe de Gobierno de septiembre del 2009, al mes de junio de ese año, las fuerzas armadas federales contaban con 254, 705 elementos (202, 355 del Ejército y Fuerza Aérea y 52, 350 de la Armada.
En 2009 el presupuesto para la Defensa Nacional fue de 43 mil 623 millones 321 mil 860 pesos, a los que sumaron 8 mil 762 millones 315 mil 960 pesos (el 25.14% más), en total: más de 52 mil millones de pesos para el Ejército y Fuerza Aérea. La Secretaría de Marina: más de 16 mil millones de pesos: Seguridad Pública: casi 33 mil millones de pesos; y Procuraduría General de la República: más de 12 mil millones de pesos.
Total de presupuesto para la “guerra contra el crimen organizado” en 2009: más de 113 mil millones de pesos
En el año del 2010, un soldado federal raso ganaba unos 46, 380 pesos anuales; un general divisionario recibía 1 millón 603 mil 80 pesos al año, y el Secretario de la Defensa Nacional percibía ingresos anuales por 1 millón 859 mil 712 pesos.
Si las matemáticas no me fallan, con el presupuesto bélico total del 2009 (113 mil millones de pesos para las 4 dependencias) se hubieran podido pagar los salarios anuales de 2 millones y medio de soldados rasos; o de 70 mil 500 generales de división; o de 60 mil 700 titulares de la Secretaría de la Defensa Nacional.
Pero, por supuesto, no todo lo que se presupuesta va a sueldos y prestaciones. Se necesitan armas, equipos, balas… porque las que se tienen ya no sirven o son obsoletas.
“Si el Ejército mexicano entrara en combate con sus poco más de 150 mil armas y sus 331.3 millones de cartuchos contra algún enemigo interno o externo, su poder de fuego sólo alcanzaría en promedio para 12 días de combate continuo, señalan estimaciones del Estado Mayor de la Defensa Nacional (Emaden) elaboradas por cada una de las armas al Ejército y Fuerza Aérea. Según las previsiones, el fuego de artillería de obuseros (cañones) de 105 milímetros alcanzaría, por ejemplo, para combatir sólo por 5.5 días disparando de manera continua las 15 granadas para dicha arma. Las unidades blindadas, según el análisis, tienen 2 mil 662 granadas 75 milímetros.
De entrar en combate, las tropas blindadas gastarían todos sus cartuchos en nueve días. En cuanto a la Fuerza Aérea, se señala que existen poco más de 1.7 millones de cartuchos calibre 7.62 mm que son empleados por los aviones PC-7 y PC-9, y por los helicópteros Bell 212 y MD-530. En una conflagración, esos 1.7 millones de cartuchos se agotarían en cinco días de fuego aéreo, según los cálculos de la Sedena. La dependencia advierte que los 594 equipos de visión nocturna y los 3 mil 95 GPS usados por las Fuerza Especiales para combatir a los cárteles de la droga, “ya cumplieron su tiempo de servicio”.
Las carencias y el desgaste en las filas del Ejército y Fuerza Aérea son patentes y alcanzan niveles inimaginados en prácticamente todas las áreas operativas de la institución. El análisis de la Defensa Nacional señala que los goggles de visión nocturna y los GPS tienen entre cinco y 13 años de antigüedad, y “ya cumplieron su tiempo de servicio”. Lo mismo ocurre con los “150 mil 392 cascos antifragmento” que usan las tropas. El 70% cumplió su vida útil en 2008, y los 41 mil 160 chalecos antibala lo harán en 2009. (…).
En este panorama, la Fuerza Aérea resulta el sector más golpeado por el atraso y dependencia tecnológicos hacia el extranjero, en especial de Estados Unidos e Israel. Según la Sedena, los depósitos de armas de la Fuerza Aérea tienen 753 bombas de 250 a mil libras cada una. Los aviones F-5 y PC-7 Pilatus usan esas armas. Las 753 existentes alcanzan para combatir aire-tierra por un día. Las 87 mil 740 granadas calibre 20 milímetros para jets F-5 alcanzan para combatir a enemigos externos o internos por seis días. Finalmente, la Sedena revela que los misiles aire-aire para los aviones F-5, es de sólo 45 piezas, lo cual representan únicamente un día de fuego aéreo.” Jorge Alejandro Medellín en “El Universal”, México, 02 de enero de 2009.
Esto se conoce en 2009, 2 años después del inicio de la llamada “guerra” del gobierno federal. Dejemos de lado la pregunta obvia de cómo fue posible que el jefe supremo de las fuerzas armadas, Felipe Calderón Hinojosa, se lanzara a una guerra (“de largo aliento” dice él) sin tener las condiciones materiales mínimas para mantenerla, ya no digamos para “ganarla”. Entonces preguntémonos: ¿Qué industrias bélicas se van a beneficiar con las compras de armamento, equipos y parque?
Si el principal promotor de esta guerra es el imperio de las barras y las turbias estrellas (haciendo cuentas, en realidad las únicas felicitaciones que ha recibido Felipe Calderón Hinojosa han venido del gobierno norteamericano), no hay que perder de vista que al norte del Río Bravo no se otorgan ayudas, sino que se hacen inversiones, es decir, negocios.
Victorias y derrotas.
¿Ganan los Estados Unidos con esta guerra “local”? La respuesta es: sí. Dejando de lado las ganancias económicas y la inversión monetaria en armas, parque y equipos (no olvidemos que USA es el principal proveedor de todo esto a los dos bandos contendientes: autoridades y “delincuentes” -la “guerra contra la delincuencia organizada” es un negocio redondo para la industria militar norteamericana-), está, como resultado de esta guerra, una destrucción / despoblamiento y reconstrucción / reordenamiento geopolítico que los favorece.
Esta guerra (que está perdida para el gobierno desde que se concibió, no como una solución a un problema de inseguridad, sino a un problema de legitimidad cuestionada), está destruyendo el último reducto que le queda a una Nación: el tejido social.
¿Qué mejor guerra para los Estados Unidos que una que le otorgue ganancias, territorio y control político y militar sin las incómodas “body bags” y los lisiados de guerra que le llegaron, antes, de Vietnam y ahora de Irak y Afganistán?
Las revelaciones de Wikileaks sobre las opiniones en el alto mando norteamericano acerca de las “deficiencias” del aparato represivo mexicano (su ineficacia y su contubernio con la delincuencia), no son nuevas. No sólo en el común de la gente, sino en altas esferas del gobierno y del Poder en México esto es una certeza. La broma de que es una guerra dispareja porque el crimen organizado sí está organizado y el gobierno mexicano está desorganizado, es una lúgubre verdad.
El 11 de diciembre del 2006, se inició formalmente esta guerra con el entonces llamado “Operativo Conjunto Michoacán”. 7 mil elementos del ejército, la marina y las policías federales lanzaron una ofensiva (conocida popularmente como “el michoacanazo”) que, pasada la euforia mediática de esos días, resultó ser un fracaso. El mando militar fue el general Manuel García Ruiz y el responsable del operativo fue Gerardo Garay Cadena de la Secretaría de Seguridad Pública. Hoy, y desde diciembre del 2008, Gerardo Garay Cadena está preso en el penal de máxima seguridad de Tepic, Nayarit, acusado de coludirse con “el Chapo” Guzmán Loera.
Y, a cada paso que se da en esta guerra, para el gobierno federal es más difícil explicar dónde está el enemigo a vencer.
Jorge Alejandro Medellín es un periodista que colabora con varios medios informativos -la revista “Contralínea”, el semanario “Acentoveintiuno”, y el portal de noticias “Eje Central”, entre otros -y se ha especializado en los temas de militarismo, fuerzas armadas, seguridad nacional y narcotráfico. En octubre del 2010 recibió amenazas de muerte por un artículo donde señaló posibles ligas del narcotráfico con el general Felipe de Jesús Espitia, ex comandante de la V Zona Militar y ex jefe de la Sección Séptima -Operaciones Contra el Narcotráfico- en el gobierno de Vicente Fox, y responsable del Museo del Enervante ubicado en las oficinas de la S-7. El general Espitia fue removido como comandante de la V Zona Militar ante el estrepitoso fracaso de los operativos ordenados por él en Ciudad Juárez y por la pobre respuesta que dio a las masacres cometidas en la ciudad fronteriza.
Pero el fracaso de la guerra federal contra la “delincuencia organizada”, la joya de la corona del gobierno de Felipe Calderón Hinojosa, no es un destino a lamentar para el Poder en USA: es la meta a conseguir.
Por más que se esfuercen los medios masivos de comunicación en presentar como rotundas victorias de la legalidad, las escaramuzas que todos los días se dan en el territorio nacional, no logran convencer.
Y no sólo porque los medios masivos de comunicación han sido rebasados por las formas de intercambio de información de gran parte de la población (no sólo, pero también las redes sociales y la telefonía celular), también, y sobre todo, porque el tono de la propaganda gubernamental ha pasado del intento de engaño al intento de burla (desde el “aunque no lo parezca vamos ganando” hasta lo de “una minoría ridícula”, pasando por las bravatas de cantina del funcionario en turno).
Sobre esta otra derrota de la prensa, escrita y de radio y televisión, volveré en otra misiva. Por ahora, y respecto al tema que ahora nos ocupa, basta recordar que el “no pasa nada en Tamaulipas” que era pregonado por las noticias (marcadamente de radio y televisión), fue derrotado por los videos tomados por ciudadanos con celulares y cámaras portátiles y compartidos por internet.
Pero volvamos a la guerra que, según Felipe Calderón Hinojosa, nunca dijo que es una guerra. ¿No lo dijo, no lo es?
“Veamos si es guerra o no es guerra: el 5 de diciembre de 2006, Felipe Calderón dijo: “Trabajamos para ganar la guerra a la delincuencia…”. El 20 de diciembre de 2007, durante un desayuno con personal naval, el señor Calderón utilizó hasta en cuatro ocasiones en un sólo discurso, el término guerra. Dijo: “La sociedad reconoce de manera especial el importante papel de nuestros marinos en la guerra que mi Gobierno encabeza contra la inseguridad…”, “La lealtad y la eficacia de las Fuerzas Armadas, son una de las más poderosas armas en la guerra que libramos contra ella…”, “Al iniciar esta guerra frontal contra la delincuencia señalé que esta sería una lucha de largo aliento”, “…así son, precisamente, las guerras…”.
Pero aún hay más: el 12 de septiembre de 2008, durante la Ceremonia de Clausura y Apertura de Cursos del Sistema Educativo Militar, el autollamado “Presidente del empleo”, se dio vuelo pronunciando hasta en media docena de ocasiones, el término guerra contra el crimen: “Hoy nuestro país libra una guerra muy distinta a la que afrontaron los insurgentes en el 1810, una guerra distinta a la que afrontaron los cadetes del Colegio Militar hace 161 años…” “…todos los mexicanos de nuestra generación tenemos el deber de declarar la guerra a los enemigos de México… Por eso, en esta guerra contra la delincuencia…” “Es imprescindible que todos los que nos sumamos a ese frente común pasemos de la palabra a los hechos y que declaremos, verdaderamente, la guerra a los enemigos de México…” “Estoy convencido que esta guerra la vamos a ganar…”
(Alberto Vieyra Gómez. Agencia Mexicana de Noticias, 27 de enero del 2011).
Al contradecirse, aprovechando el calendario, Felipe Calderón Hinojosa no se enmienda la plana ni se corrige conceptualmente. No, lo que ocurre es que las guerras se ganan o se pierden (en este caso, se pierden) y el gobierno federal no quiere reconocer que el punto principal de su gestión ha fracasado militar y políticamente.
¿Guerra sin fin? La diferencia entre la realidad… y los videojuegos.
Frente al fracaso innegable de su política guerrerista, ¿Felipe Calderón Hinojosa va a cambiar de estrategia?
La respuesta es NO. Y no sólo porque la guerra de arriba es un negocio y, como cualquier negocio, se mantiene mientras siga produciendo ganancias.
Felipe Calderón Hinojosa, el comandante en jefe de las fuerzas armadas; el ferviente admirador de José María Aznar; el autodenominado “hijo desobediente”; el amigo de Antonio Solá; el “ganador” de la presidencia por medio punto porcentual de la votación emitida gracias a la alquimia de Elba Esther Gordillo; el de los desplantes autoritarios más bien cercanos al berrinche (“o bajan o mando por ustedes”); el que quiere tapar con más sangre la de los niños asesinados en la Guardería ABC, en Hermosillo, Sonora; el que ha acompañado su guerra militar con una guerra contra el trabajo digno y el salario justo; el del calculado autismo frente a los asesinatos de Marisela Escobedo y Susana Chávez Castillo; el que reparte etiquetas mortuorias de “miembros del crimen organizado” a los niños y niñas, hombres y mujeres que fueron y son asesinados porque sí, porque les tocó estar en el calendario y la geografía equivocados, y no alcanzan siquiera el ser nombrados porque nadie les lleva la cuenta ni en la prensa, ni en las redes sociales.
Él, Felipe Calderón Hinojosa, es también un fan de los videojuegos de estrategia militar.
Felipe Calderón Hinojosa es el “gamer” “que en cuatro años convirtió un país en una versión mundana de The Age of Empire -su videojuego preferido-, (…) un amante -y mal estratega- de la guerra” (Diego Osorno en “Milenio Diario”, 3 de octubre del 2010).
Es él que nos lleva a preguntar: ¿está México siendo gobernado al estilo de un videojuego? (creo que yo sí puedo hacer este tipo de preguntas comprometedoras sin riesgo a que me despidan por faltar a un “código de ética” que se rige por la publicidad pagada).
Felipe Calderón Hinojosa no se detendrá. Y no sólo porque las fuerzas armadas no se lo permitirían (los negocios son negocios), también por la obstinación que ha caracterizado la vida política del “comandante en jefe” de las fuerzas armadas mexicanas.
Hagamos un poco de memoria: En marzo del 2001, cuando Felipe Calderón Hinojosa era el coordinador parlamentario de los diputados federales de Acción Nacional, se dio aquel lamentable espectáculo del Partido Acción Nacional cuando se negó a que una delegación indígena conjunta del Congreso Nacional Indígena y del EZLN hicieran uso de la tribuna del Congreso de la Unión en ocasión de la llamada “marcha del color de la tierra”.
A pesar de que se estaba mostrando al PAN como una organización política racista e intolerante (y lo es) por negar a los indígenas el derecho a ser escuchados, Felipe Calderón Hinojosa se mantuvo en su negativa. Todo le decía que era un error asumir esa posición, pero el entonces coordinador de los diputados panistas no cedió (y terminó escondido, junto con Diego Fernández de Cevallos y otros ilustres panistas, en uno de los salones privados de la cámara, viendo por televisión a los indígenas hacer uso de la palabra en un espacio que la clase política reserva para sus sainetes).
“Sin importar los costos políticos”, habría dicho entonces Felipe Calderón Hinojosa.
Ahora dice lo mismo, aunque hoy no se trata de los costos políticos que asuma un partido político, sino de los costos humanos que paga el país entero por esa tozudez.
Estando ya por terminar esta misiva, encontré las declaraciones de la secretaria de seguridad interior de Estados Unidos, Janet Napolitano, especulando sobre las posibles alianzas entre Al Qaeda y los cárteles mexicanos de la droga. Un día antes, el subsecretario del Ejército de Estados Unidos, Joseph Westphal, declaró que en México hay una forma de insurgencia encabezada por los cárteles de la droga que potencialmente podrían tomar el gobierno, lo cual implicaría una respuesta militar estadunidense. Agregó que no deseaba ver una situación en donde soldados estadunidenses fueran enviados a combatir una insurgencia“sobre nuestra frontera… o tener que enviarlos a cruzar esa frontera hacia México.
Mientras tanto, Felipe Calderón Hinojosa, asistía a un simulacro de rescate en un pueblo de utilería, en Chihuahua, y se subió a un avión de combate F-5, se sentó en el asiento del piloto y bromeó con un “disparen misiles”.
¿De los videojuegos de estrategia a los “simuladores de combate aéreo” y “disparos en primera persona”? ¿Del Age of Empires al HAWX?
El HAWX es un videojuego de combate aéreo donde, en un futuro cercano, las empresas militares privadas (“Private military company”) han reemplazado a los ejércitos gubernamentales en varios países. La primera misión del videojuego consiste en bombardear Ciudad Juárez, Chihuahua, México, porque las “fuerzas rebeldes” se han apoderado de la plaza y amenazan con avanzar a territorio norteamericano-.
No en el videojuego, sino en Irak, una de las empresas militares privadas contratadas por el Departamento de Estado norteamericano y la Agencia Central de Inteligencia fue “Blackwater USA”, que después cambió su nombre a “Blackwater Worldwide”. Su personal cometió serios abusos en Irak, incluyendo el asesinato de civiles. Ahora cambió su nombre a “Xe Services LL” y es el más grande contratista de seguridad privada del Departamento de Estado norteamericano. Al menos el 90% de sus ganancias provienen de contratos con el gobierno de Estados Unidos.
El mismo día en el que Felipe Calderón Hinojosa bromeaba en el avión de combate (10 de febrero de 2011), y en el estado de Chihuahua, una niña de 8 años murió al ser alcanzada por una bala en un tiroteo entre personas armadas y miembros del ejército.
¿Cuándo va a terminar esa guerra?
¿Cuándo aparecerá en la pantalla del gobierno federal el “game over” del fin del juego, seguido de los créditos de los productores y patrocinadores de la guerra?
¿Cuándo va poder decir Felipe Calderón “ganamos la guerra, hemos impuesto nuestra voluntad al enemigo, le hemos destruido su capacidad material y moral de combate, hemos (re) conquistado los territorios que estaban en su poder”?
Desde que fue concebida, esa guerra no tiene final y también está perdida.
No habrá un vencedor mexicano en estas tierras (a diferencia del gobierno, el Poder extranjero sí tiene un plan para reconstruir – reordenar el territorio), y el derrotado será el último rincón del agónico Estado Nacional en México: las relaciones sociales que, dando identidad común, son la base de una Nación.
Aún antes del supuesto final, el tejido social estará roto por completo.
Resultados: la Guerra arriba y la muerte abajo.
Veamos que informa el Secretario de Gobernación federal sobre la “no guerra” de Felipe Calderón Hinojosa:
“El 2010 fue el año más violento del sexenio al acumularse 15 mil 273 homicidios vinculados al crimen organizado, 58% más que los 9 mil 614 registrados durante el 2009, de acuerdo con la estadística difundida este miércoles por el Gobierno Federal. De diciembre de 2006 al final de 2010 se contabilizaron 34 mil 612 crímenes, de las cuales 30 mil 913 son casos señalados como “ejecuciones”; tres mil 153 son denominados como “enfrentamientos” y 544 están en el apartado “homicidios-agresiones”. Alejandro Poiré, secretario técnico del Consejo de Seguridad Nacional, presentó una base de datos oficial elaborada por expertos que mostrará a partir de ahora “información desagregada mensual, a nivel estatal y municipal” sobre la violencia en todo el país.” (Periódico “Vanguardia”, Coahuila, México, 13 de enero del 2011)
Preguntemos: De esos 34 mil 612 asesinados, ¿cuántos eran delincuentes? Y los más de mil niños y niñas asesinados (que el Secretario de Gobernación “olvidó” desglosar en su cuenta), ¿también eran “sicarios” del crimen organizado? Cuando en el gobierno federal se proclama que “vamos ganando”, ¿a qué cartel de la droga se refieren? ¿Cuántas decenas de miles más forman parte de esa “ridícula minoría” que es el enemigo a vencer?
Mientras allá arriba tratan inútilmente de desdramatizar en estadísticas los crímenes que su guerra ha provocado, es preciso señalar que también se está destruyendo el tejido social en casi todo el territorio nacional.
La identidad colectiva de la Nación está siendo destruida y está siendo suplantada por otra.
Porque “una identidad colectiva no es más que una imagen que un pueblo se forja de sí mismo para reconocerse como perteneciente a ese pueblo. Identidad colectiva es aquellos rasgos en que un individuo se reconoce como perteneciente a una comunidad. Y la comunidad acepta este individuo como parte de ella. Esta imagen que el pueblo se forja no es necesariamente la perduración de una imagen tradicional heredada, sino que generalmente se la forja el individuo en tanto pertenece a una cultura, para hacer consistente su pasado y su vida actual con los proyectos que tiene para esa comunidad.
Entonces, la identidad no es un simple legado que se hereda, sino que es una imagen que se construye, que cada pueblo se crea, y por lo tanto es variable y cambiante según las circunstancias históricas”. (Luis Villoro, noviembre de 1999, entrevista con Bertold Bernreuter, Aachen, Alemania).
En la identidad colectiva de buena parte del territorio nacional no está, como se nos quiere hacer creer, la disputa entre el lábaro patrio y el narco-corrido (si no se apoya al gobierno entonces se apoya a la delincuencia, y viceversa).
No.
Lo que hay es una imposición, por la fuerza de las armas, del miedo como imagen colectiva, de la incertidumbre y la vulnerabilidad como espejos en los que esos colectivos se reflejan.
¿Qué relaciones sociales se pueden mantener o tejer si el miedo es la imagen dominante con la cual se puede identificar un grupo social, si el sentido de comunidad se rompe al grito de “sálvese quien pueda”?
De esta guerra no sólo van a resultar miles de muertos… y jugosas ganancias económicas.
También, y sobre todo, va a resultar una nación destruida, despoblada, rota irremediablemente.
(…)
Vale, Don Luis. Salud y que la reflexión crítica anime nuevos pasos.
Desde las montañas del Sureste Mexicano.
Subcomandante Insurgente Marcos.
México, Enero-Febrero del 2011

lunes, 14 de febrero de 2011

La guerra es racismo por otros medios

Media Monitors Network,

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

“A un soldado estadounidense le resulta mucho más fácil matar a un hadji [expresión peyorativa usada por la soldadesca estadounidense para describir a todos los musulmanes, N. del T.] que a un ser humano, lo mismo que para los los soldados nazis era más fácil matar a Untermenschen [seres humanos inferiores, expresión racista utilizada para catalogar a judíos, gitanos y eslavos, N. del T]. William Halsey, quien comandó las fuerzas navales de EE.UU. en el Pacífico Sur durante la Segunda Guerra Mundial, pensaba que su misión era “¡Matar japs [expresión peyorativa utilizada para calificar a los japoneses], matar japs, matar más japs!”, y prometió que una vez terminada la guerra, el idioma japonés sólo se hablaría en el infierno… Si la guerra se desarrolló para que los hombres mataran a bestias gigantes, al extinguirse esos animales, ahora se ocupa de matar a otros hombres, como teoriza Ehrenreich, explicando su vinculación con el racismo y el resto de las amplias diferencias entre los seres humanos".


Lo que hace que sean verosímiles las mentiras más fantásticas e indocumentadas para comenzar y prolongar las guerras son las diferencias y prejuicios hacia los otros y a favor de los nuestros. Sin el fanatismo religioso, el racismo y el chovinismo patriotero, sería más difícil lograr que se aceptasen las guerras.
Hace tiempo que la religión es una justificación para las guerras, libradas por los dioses antes de que lo fueran por los faraones, reyes y emperadores. Si Barbara Ehrenreich tiene razón en su libro Blood Rites: Origins and History of the Passions of War [Ritos de guerra: Orígenes e Historia de las pasiones de la guerra], las precursoras de las guerras fueron las batallas contra leones, leopardos y otros feroces depredadores. De hecho esas bestias depredadoras pudieron ser la base material desde la que se inventaron los dioses -y el origen de los nombres de los drones (aviones no tripulados), por ejemplo el “Predator”.
Ell “máximo sacrificio” de la guerra está íntimamente relacionado con la práctica de sacrificio humano como existía antes de las guerras tal como las conocemos. Las emociones (no las creencias o los logros, sino algunas de las sensaciones) de la religión y de la guerra pueden ser tan similares, si no idénticas, porque las dos prácticas tienen una historia común y nunca han estado muy distantes.
Las cruzadas, las guerras coloniales y muchas otras guerras han tenido justificaciones religiosas. Los estadounidenses libraron guerras religiosas durante muchas generaciones antes de la guerra para indidependizarse de Inglaterra. El capitán John Underhill describió en 1637 su propia guerra heroica contra los pequot:
"El capitán Mason entró en una wigwam [tienda india] y blandió un palo ardiente después de haber herido a muchos en la casa; luego prendió fuego a la parte oeste… yo prendí fuego al extremo sur usando pólvora; los fuegos de los dos lados se encontraron en el centro de la estancia que ardió terriblemente y se quemó todo en media hora; muchas personas valerosas no quisieron salir, lucharon desesperadamente... y por lo tanto perecieron incinerados... muieron valientemente... Muchos resultaron quemados en el campamento, hombres, mujeres y niños.
Underhill explica una guerra santa:
“El señor se complace en imponer a su pueblo problemas y aflicciones para poder presentarse como misericordioso y revelar con más claridad la gracia que concede libremente a sus almas”.
Underhill señala que su propia alma y el pueblo del Señor obviamente son los blancos. Los americanos nativos podrían ser valerosos y audaces, pero no se les reconocía como personas en todo el sentido de la palabra. Dos siglos y medio después muchos estadounidenses han desarrollado una visión mucho más ilustrada, y muchos otros no. El presidente William McKinley consideraba que los filipinos necesitaban la ocupación militar por su propio bien. Susan Brewer menciona este informe de un ministro:
“Hablando a una delegación de metodistas en 1899 [McKinley] insistió en que no había querido las Filipinas y que ‘cuando vinieron a nosotros, como un obsequio de los dioses, no sabía qué hacer con ellas’. Describió cómo rezó de rodillas buscando consejo cuando se le ocurrió que sería ‘cobarde y deshonroso’ devolver las islas a España; ‘un mal negocio’ dárselas a los rivales comerciales Alemania y Francia; e imposible abandonarlas a la ‘anarquía y al mal gobierno’ de los incapaces filipinos. ‘No nos quedó otra cosa que hacer’, concluyó, ‘que tomarlas todas, y educar a los filipinos, elevarlos, civilizarlos y cristianizarlos’. En este relato de guía divina, McKinley olvidó mencionar que la mayoría de los filipinos eran católicos o que las Filipinas tenían una universidad más antigua que Harvard.
Es dudoso que muchos miembros de la delegación metodista cuestionen la sabiduría de McKinley. Como señaló Harold Lasswell en 1927, “Se puede confiar en que las iglesias de casi todas las confesiones bendecirán una guerra popular y verán en ella una oportunidad para el triunfo de cualquier diseño divino que deseen promover”. Todo lo que se necesitaba, dijo Lasswell, era lograr que los “clérigos prominentes” apoyaran la guerra, y “después brillaran menos”.
Los carteles de propaganda en EE.UU. durante la Primera Guerra Mundial mostraban a Jesús de uniforme mirando hacia el cañón de un fusil. Lasswell había vivido una guerra contra los alemanes, un pueblo cuya mayoría pertenecía a la misma religión que los estadounidenses. ¡Es mucho más fácil utilizar la religión en las guerras contra los musulmanes en el siglo XXI! Karim Karim, profesor asociado en la Escuela de Periodismo y Comunicación de la Universidad de Carleton, escribe:
“La imagen históricamente arraigada del ‘musulmán malo’ ha sido bastante útil a los gobiernos occidentales que planificaban ataques contra países de mayoría musulmana. Si pueden convencer a la opinión pública de sus países de que los musulmanes son bárbaros y violentos, parecerá más aceptable que los maten y destruyan sus propiedades”.
En realidad, por supuesto, ninguna religión justifica la guerra, y los presidentes de EE.UU. ya no afirman que sea así. Pero el proselitismo cristiano es común en las fuerzas armadas de EE.UU., y también el odio a los musulmanes. Algunos soldados han informado a la Fundación Militar para la Libertad Religiosa que cuando han buscado consejeros de salud mental los han enviado a los capellanes que les han aconsejado que permanezcan en el “campo de batalla” para “matar musulmanes en nombre de Cristo”.
La religión se puede utilizar para alentar la creencia de que lo que se hace es bueno aunque no tenga ningún sentido. Hay un ser superior que lo entiende, aunque no sea así. La religión puede ofrecer la vida después de la muerte y la creencia de que se mata y se arriesga la vida por la más alta causa que pueda existir. Pero la religión no es la única diferencia entre los grupos que se puede utilizar para promover guerras. Cualquier diferencia de cultura o lenguaje puede servir, y el poder del racismo para facilitar los peores tipos de conducta humana está bien establecido. El senador Albert J. Beveridge (republicano de Indiana) presentó al Senado su propia justificación de inspiración divina para la guerra contra las Filipinas:
“Dios no ha estado preparando a los pueblos de habla inglesa y teutónicos durante mil años para una auto-contemplación vana y ociosa. ¡No! Nos ha convertido en los organizadores magistrales del mundo para establecer un sistema en los lugares donde reina el caos.”
Las dos guerras mundiales en Europa, aunque se libraron entre naciones consideradas ahora típicamente “blancas”, también participaron del racismo por todas las partes. El periódico francés La Croix celebró el 15 de agosto de 1914: “el antiguo brío de los galos, los romanos, y los franceses que resurge dentro de nosotros” y declaró que:
“Hay que expurgar a los alemanes de la ribera izquierda del Rin. Hay que empujar a esas hordas infames dentro de sus propias fronteras. Los galos de Francia y Bélgica deben rechazar al invasor con un golpe decisivo, de una vez por todas. La guerra racial se hace presente.”
Tres años después llegó el turno de la locura a EE.UU. El 7 de diciembre de 1917, el congresista Walter Chandler (demócrata por Tennessee) declaró en la sala de la Cámara:
“Se ha dicho que si se analiza la sangre de un judío bajo el microscopio, se encontrarán el Talmud y al Antiguo Testamento flotando en algunas partículas. Si se analiza la sangre representativa de un alemán o teutón se encontrarán ametralladoras y partículas de obuses y bombas flotando en la sangre… Hay que combatirlos hasta destruirlos a todos”
Esta forma de pensar no sólo ayuda a sacar las chequeras de los bolsillos de los miembros del congreso para financiar la guerra, sino también para que envíen a los jóvenes a la guerra para que cometan la matanza. No es fácil matar. Casi el 98% de las personas son reacias a matar a otras. Un psiquíatra ha desarrollado una metodología para conseguir que la Armada de EE.UU. prepare mejores asesinos. Incluye técnicas para:
“…lograr que los hombres piensen en los enemigos potenciales a los que tendrán que enfrentarse como seres inferiores, [mediante películas] sesgadas para presentar al enemigo como infrahumano: se ridiculizan las costumbres locales como si fueran estupideces y las personalidades locales se presentan como semidioses malvados”.
“A un soldado estadounidense le es mucho más fácil matar a un hadji [expresión peyorativa usada por la soldadesca estadounidense para describir a todos los musulmanes, N. del T.] que a un ser humano, así como a los soldados nazis les resultaba más fácil matar a Untermenschen [seres humanos inferiores, expresión racista utilizada para catalogar a judíos, gitanos y eslavos, N. del T]. William Halsey, quien comandó las fuerzas navales de EE.UU. en el Pacífico Sur durante la Segunda Guerra Mundial, pensaba que su misión era “¡Matar japs [expresión peyorativa utilizada para calificar a los japoneses], matar japs, matar más japs!”, y prometió que cuando acabase la guerra el idioma japonés sólo se hablaría en el infierno… Si la guerra se desarrolló para que los hombres mataran a bestias gigantes, al extinguirse esos animales, ahora se ocupa de matar a otros hombres, como teoriza Ehrenreich, explicando su vinculación con el racismo y el resto de las amplias diferencias entre los seres humanos. Pero el nacionalismo es la más reciente, poderosa y misteriosa fuente de devoción mística alineada con la guerra, que en sí surgió de las guerras. Mientras los antiguos caballeros morían por su propia gloria, los hombres y mujeres modernos mueren por un trozo de tela coloreada a la que ellos no le importan para nada. El día después de que EE.UU. declarara la guerra a España en 1898, el primer Estado (Nueva York) promulgó una ley que obligaba a los escolares a saludar la bandera de EE.UU. Otros le siguieron. El nacionalismo era la nueva religión.”
Según los informes Samuel Johnson observó que el patriotismo es el último refugio de un canalla, mientras otros han sugerido que, al contrario, es el primero. Cuando tiene que ver con la motivación de emociones belicistas, si otras diferencias fallan, siempre existe la siguiente: el enemigo no pertenece a nuestro país ni saluda nuestra bandera. Cuando EE.UU. se involucró más profundamente, por medio de mentiras, en la Guerra de Vietnam, todos los senadores menos dos votaron a favor de la resolución del Golfo de Tonkín. Uno de los dos, Wayne Morse (demócrata de Oregón) dijo a otros senadores que el Pentágono le había dicho que el supuesto ataque de los norvietnamitas había sido provocado. La información de Morse era correcta. Cualquier ataque habría sido provocado. Pero el ataque en sí era ficticio. Sin embargo los colegas de Morse no se le opusieron sobre la base de que estaba equivocado. En vez de eso, un senador le dijo:
"Qué diablos, Wayne, no se puede iniciar una pelea con el presidente cuando todas las banderas ondean y estamos a punto de iniciar una convención nacional. Todo lo que [el presidente] Lyndon [Johnson] quiere es un trozo de papel que le diga que hicimos lo correcto allá, y que lo apoyamos.”
Mientras la guerra continuaba a duras penas, destruyendo sin sentido millones de vidas, los senadores discutían en secrto en el Comité de Relaciones Exteriores su preocupación porque les habían mentido. Pero prefirieron guardar silencio y las actas de esas reuniones no se hicieron públicas hasta 2010. Al parecer las banderas habían siguieron ondeando durante todos estos años.
La guerra es tan buena para el patriotismo como el patriotismo para la guerra. Cuando comenzó la Primera Guerra Mundial, muchos socialistas europeos se unieron alrededor de sus diversas banderas nacionales y abandonaron la lucha por la clase trabajadora internacional. Todavía en la actualidad nada impulsa tanto a la oposición estadounidense a las estructuras internacionales del gobierno como nuestro interés por la guerra y la insistencia en que los soldados estadounidenses nunca sean sometidos a otra autoridad que la de Washington D.C.
No se trata de 10 millones de personas. Se trata de Adolf Hitler
 
Pero las guerras no se libran contra banderas o ideas, naciones o dictadores satanizados. Se libran contra personas, un 98% de las cuales son reacias a matar, y que en su mayoría tuvieron poco o nada que ver con el origen de la guerra. Una manera de deshumanizar a esa gente es reemplazarla totalmente por la imagen de un solo individuo monstruoso.
Marlin Fitzwater, secretario de prensa de la Casa Blanca de los presidentes Ronald Reagan y George H. W. Bush, dijo que la guerra es “más fácil de comprender para la gente si el enemigo tiene una cara”. Dio ejemplos: “Hitler, Ho Chi Minh, Sadam Hussein, Milosevic”. Fitzwater también podría haber incluido el nombre de Manuel Antonio Noriega. Cuando el primer presidente Bush trató, entre otras cosas, de probar que no era ningún “debilucho” al atacar Panamá en 1989, la justificación más destacada fue que el dirigente panameño era un tipo raro, malvado, enloquecido por la droga, con una cara marcada por la viruela, al que le gustaba cometer adulterio. Un artículo importante en el extremadamente serio New York Times del 26 de diciembre de 1989, comenzó diciendo:
“La central de los militares de EE.UU. aquí, que ha presentado al general Manuel Antonio Noriega como un dictador antojadizo que esnifa cocaína, que reza a dioses del vudú, anunció hoy que el dirigente depuesto usaba ropa interior roja y se relacionaba con prostitutas”.
No importa que Noriega hubiera trabajado para la Agencia Central de Inteligencia de EE.UU. (CIA) incluso cuando robó la elección de 1984 en Panamá. No importa que su verdadero crimen fuera negarse a apoyar la guerra de EE.UU. contra Nicaragua. No importa que EE.UU. supiera durante años del narcotráfico de Noriega y hubiera continuado trabajando con él. Ese hombre esnifaba cocaína en ropa interior roja con mujeres que no eran su esposa. “Es una agresión tan evidente como la invasión de Polonia por parte de Adolf Hitler hace 50 años”, declaró el secretario adjunto de Estado Lawrence Eagleburger hablando del narcotráfico de Noriega. Los liberadores estadounidenses que invadieron Panamá incluso afirmaron que encontraron un gran montón de cocaína en una de las casas de Noriega, aunque resultó que eran tamales envueltos en hojas de plátanos. ¿Y si los tamales hubieran sido realmente cocaína? ¿Habrían justificado, como el descubrimiento de verdaderas “armas de destrucción masiva” en Bagdad en 2003, la guerra?
La referencia de Fitzwater a "Milosevic" era, claro está, a Slobodan Milosevic, entonces presidente de Serbia a quien David Nyhan del Boston Globe llamó en enero de 1999, “lo más parecido a Hitler que Europa haya enfrentado en el último medio siglo”. Excepto, ya sabéis, todos los demás. En 2010, la práctica de la política interior de EE.UU., de comparar con Hitler a cualquiera con el que se estuviera en desacuerdo se había hecho casi cómica, pero es una práctica que ha ayudado a lanzar muchas guerras y todavía podría provocar más. Sin embargo, para pelearse hacen falta dos: en 1999, los serbios llamaban al presidente de EE.UU. “Bill Hitler”.
En la primavera de 1914, en un cine en Tours, Francia, una imagen de Guillermo II, emperador de Alemania, apareció por un momento en la pantalla. Se armó la gorda.
“Todos gritaban y silbaban, hombres, mujeres, y niños, como si los hubieran insultado personalmente. La gente bonachona de Tours, que sólo sabía del mundo y la política lo que leía en los periódicos, se volvió loca por un instante,” según Stefan Zweig. Pero los franceses no combatirían contra el Kaiser Guillermo II. Combatirían contra gente de a pie que por casualidad había nacido a poca distancia de ellos mismos, en Alemania.
A lo largo de los años cada vez nos dicen más que las guerras no son contra la gente, sino sólo contra malos gobiernos y sus malévolos dirigentes. Una y otra vez nos dejamos engañar por la retórica trillada de las nuevas generaciones de armas “de precisión” que nuestros dirigentes afirman que pueden atacar a regímenes opresores sin dañar a la gente que pensamos que estamos liberando. Y libramos guerras por el “cambio de régimen”. Si las guerras no terminan cuando se ha cambiado el régimen es porque tenemos la responsabilidad de las criaturas “ineptas”, de los niñitos cuyos regímenes hemos cambiado. Sin embargo no existe un antecedente establecido de que esto haga algún bien. EE.UU. y sus aliados lo hicieron relativamente bien en Alemania y Japón después de la Segunda Guerra Mundial, pero podrían haberlo hecho también por Alemania después de la Primera Guerra Mundial y haberse ahorrado la secuela. Alemania y Japón fueron convertidos en escombros, y las tropas estadounidenses todavía no se fueron. No es exactamente un modelo para nuevas guerras.
Mediante guerras o acciones semejantes EE.UU. ha derrocado gobiernos en Hawai, Cuba, Puerto Rico, las Filipinas, Nicaragua, Honduras, Irán, Guatemala, Vietnam, Chile, Granada, Panamá, Afganistán, e Iraq, para no mencionar el Congo (1960); Ecuador (1961 y 1963); Brasil (1961 y 1964); la República Dominicana (1961 y 1963); Grecia (1965 & 1967); Bolivia (1964 y 1971); El Salvador (1961); Guyana (1964); Indonesia (1965); Ghana (1966); y desde luego Haití (1991 y 2004). Hemos reemplazado la democracia por dictaduras, las dictaduras por el caos y el gobierno local por dominación y ocupación estadounidense. En ningún caso hemos reducido evidentemente el mal. En la mayoría de los casos, incluidos Irán e Iraq, las invasiones estadounidenses y golpes respaldados por EE.UU. han causado graces represiones, desapariciones, ejecuciones extra-judiciales, tortura, corrupción y prolongados reveses para las aspiraciones democráticas de la gente común.
El enfoque en los gobernantes sobre las guerras no está motivado por el altruismo sino por la propaganda. A la gente le gusta imaginar que una guerra es un duelo entre grandes dirigentes. Eso requiere que se satanice a uno y se glorifique al otro.
Si no estás a favor de la guerra, estás a favor de los tiranos, la esclavitud y el nazismo
EE.UU. nació de una guerra contra la figura del rey Jorge, cuyos crímenes se enumeran en la Declaración de Independencia. George Washington fue glorificado como corresponde. El rey Jorge de Inglaterra y su gobierno eran culpables de los crímenes aducidos, pero otras colonias obtuvieron sus derechos e independencia sin una guerra. Como en el caso de todas las guerras, no importa cuán antiguas y gloriosas, la Revolución Estadounidense fue impulsada por mentiras. La historia de la Masacre de Boston, por ejemplo, se distorsionó tanto que resulta irreconocible, incluido un grabado de Paul Revere que mostraba a los británicos como carniceros. Benjamin Franklin produjo una edición falsificada del Boston Independent en la cual los británicos alardeaban de la caza de cabelleras. Thomas Paine y otros panfletistas entusiasmaron a los colonos a favor de la guerra, pero no sin consejos erróneos y falsas promesas. Howard Zinn describe lo que pasó:
“Cerca de 1776, cierta gente importante en las colonias inglesas hizo un descubrimiento que resultaría enormemente útil durante los doscientos años siguientes. Vieron que al crear una nación, un símbolo, una unidad legal llamada EE.UU., podían apoderarse de tierras, ganancias y poder político de favoritos del Imperio Británico. Al hacerlo, podían contener una serie de rebeliones potenciales y crear un consenso de apoyo popular para el gobierno de una nueva dirigencia privilegiada.”
Como señala Zinn, antes de la revolución hubo 18 levantamientos contra gobiernos coloniales, seis rebeliones negras y 40 levantamientos, y las elites políticas vieron una posibilidad de reorientar la cólera contra Inglaterra. A pesar de ello los pobres, que no se beneficiarían de la guerra ni cosecharían sus recompensas políticas, tuvieron que ser obligados por la fuerza para que combatieran en ella. Muchos, incluidos esclavos a los que los británicos prometieron más libertad, desertaron o cambiaron de lado. El castigo por infracciones en el Ejército Continental, era 100 latigazos. Cuando George Washington, el más rico de EE.UU., no pudo convencer al Congreso de que aumentara el límite legal a 500 latigazos, consideró la posibilidad de que en su lugar se utilizara el trabajo forzado, pero abandonó la idea porque el trabajo forzado habría sido indistinguible del servicio regular en el Ejército Continental. Los soldados también desertaban porque necesitaban alimento, vestimenta, albergue, medicinas y dinero. Se alistaban por la paga, no les pagaban, y ponían en peligro el bienestar de sus familias al permanecer en el ejército sin paga. Cerca de dos tercios eran ambivalentes a favor o en contra de la causa por la que combatían y sufrían. Rebeliones populares, como la de Shays en Massachusetts, vinieron después de la victoria revolucionaria.
Los revolucionarios estadounidenses también pudieron abrir el oeste a la expansión y a las guerras contra los nativos americanos, algo que los británicos habían prohibido. La Revolución Estadounidense, el acto mismo de nacimiento y liberación de EE.UU., fue también una guerra de expansión y conquista. El rey Jorge, según la Declaración de Independencia, “se había esforzado por provocar a los habitantes de nuestras fronteras, los implacables Indios Salvajes”. Por cierto, se trataba de gente que combatía en defensa de sus tierras y sus vidas. La victoria en Yorktown fue una mala noticia para su futuro, ya que Inglaterra transfirió sus tierras a la nueva nación.
Otra guerra sagrada en la historia de EE.UU., la Guerra Civil, se libró –según cree mucha gente– con el fin de acabar con el mal de la esclavitud. En realidad ese objetivo fue una excusa tardía para una guerra que ya había comenzado, lo mismo que "llevar la democracia a Iraq" se convirtió en una justificación tardía para una guerra iniciada en 2003 en nombre de la eliminación de armamento ficticio. En realidad, la misión de terminar con la esclavitud era necesaria para justificar una guerra que se había hecho demasiado horrorosa como para justificarla sólo con el vacío objetivo político de la “unión”. El patriotismo todavía no se había inflado hasta llegar a la enormidad que es actualmente. Las víctimas aumentaban rápidamente: 25.000 en Shiloh, 20.000 en Bull Run, 24.000 en un día en Antietam. Una semana después de Antietam, Lincoln emitió la Proclamación de Emancipación, que liberaba a los esclavos sólo donde Lincoln no podía liberar a los esclavos si no ganaba la guerra. (Sus órdenes liberaron a los esclavos sólo en Estados del Sur que se habían separado, no en los Estados fronterizos que continuaban en la unión). El historiador de Yale Harry Stout, explica por qué Lincoln tomó esa medida:
“Según el cálculo de Lincoln, la matanza debe continuar a una escala cada vez mayor. Pero para lograrlo, tiene que persuadir a la gente de que derrame sangre sin reservas. Esto, por su parte, requería una certeza moral de que la matanza era justa. Sólo la emancipación –la última carta de Lincoln– aseguraría una certeza semejante.”
La Proclamación también tuvo éxito contra la entrada a la guerra de Gran Bretaña al lado del Sur.
No podemos saber con seguridad lo que habría pasado en las colonias sin la revolución, o a la esclavitud sin la Guerra Civil. Pero sabemos que gran parte del resto del hemisferio terminó con el régimen colonial y la esclavitud sin guerras. Si el Congreso hubiera tenido la decencia de abolir la esclavitud por medio de leyes, tal vez la nación la hubiera terminado sin división. Si se hubiera permitido que el Sur de EE.UU. se independizara en paz, y la Ley de Esclavos Fugitivos hubiese sido fácilmente revocada por el Norte, parece poco probable que la esclavitud hubiera durado mucho más.
Se habla menos de la guerra entre México y EE.UU., que se libró en parte para expandir la esclavitud, una expansión que pudo ayudar a conducir a la Guerra Civil. Cuando EE.UU., durante esa guerra, obligó a México a renunciar a sus territorios septentrionales, el diplomático estadounidense Nicholas Trist negoció con extrema firmeza sobre un punto. Escribió al secretario de Estado de EE.UU.: “Aseguré [a los mexicanos] que si pudieran ofrecerme todo el territorio descrito en nuestro proyecto, con un valor aumentado por diez y, además, cubierto enteramente con una capa de un grosor de un pié de oro puro, con la única condición de que se excluyera la esclavitud, no podría considerar la oferta ni por un instante.”
¿Esa guerra se libró contra el mal o por su cuenta?
La guerra más sagrada e incuestionable de la historia de EE.UU., es la Segunda Guerra Mundial. En las mentes de numerosos estadounidenses contemporáneos la Segunda Guerra Mundial se justificó por el grado de maldad de Adolf Hitler, y esa maldad se encuentra sobre todo en el holocausto.
Pero no encontraréis ningún afiche de reclutamiento del Tío Sam que diga “Te quiero… para salvar a los judíos”. Cuando se introdujo una resolución en el Senado de EE.UU. en 1934 que expresaba “sorpresa y dolor” ante las acciones de Alemania y pedía que Alemania restaurara los derechos a los judíos, el Departamento de Estado “hizo que la comisión la enterrara”.
En 1937 Polonia había desarrollado un plan para enviar a los judíos a Madagascar y también la República Dominicana tenía un plan para acogerlos. El primer ministro Neville Chamberlain de Gran Bretaña presentó un plan para enviar a los judíos alemanes a Tanganica, en África Oriental. Representantes de EE.UU., de Gran Bretaña y de naciones suramericanas se reunieron en el lago de Ginebra en julio de 1938 y se pusieron de acuerdo en que no aceptarían a los judíos.
El 15 de noviembre de 1938 los periodistas preguntaron al presidente Franklin Roosevelt qué se podía hacer. Respondió que se negaría a estudiar que se admitieran más inmigrantes de los que permitía el sistema estándar de cuotas. Se presentaron leyes en el Congreso para permitir que 20.000 judíos menores de 14 años entraran en EE.UU. El senador Robert Wagner (demócrata de Nueva York) dijo: “Miles de familias estadounidenses ya han expresado su disposición para recibir a niños refugiados en sus casas”. La primera dama Eleanor Roosevelt dejó de lado su antisemitismo para apoyar la legislación, pero su esposo la bloqueó con éxito durante años.
En julio de 1940 Adolf Eichmann, “el arquitecto del holocausto”, quería enviar a todos los judíos a Madagascar, que entonces pertenecía a Alemania, ya que Francia había sido ocupada. Los barcos tendrían que esperar sólo hasta que los británicos, lo que entonces significaba Winston Churchill, terminaran su bloqueo. Eso nunca ocurrió. El 25 de noviembre de 1940, el embajador francés pidió al secretario de Estado de EE.UU. que considerara la aceptación de refugiados judíos alemanes que entonces estaban en Francia. El 21 de diciembre, el secretario de Estado lo rechazó. En julio de 1941 los nazis habían determinado que la solución final para los judíos consistiría den el genocidio en lugar de la expulsión.
En 1942, con la ayuda del Buró del Censo, EE.UU. encerró a 110.000 japoneses-estadounidenses y japoneses en varios campos de concentración, sobre todo en la Costa Oeste, donde los identificaron con números en lugar de nombres. Esa acción, emprendida por el presidente Roosevelt, fue apoyada dos años después por la Corte Suprema de EE.UU.
En 1943, soldados blancos estadounidenses fuera de servicio atacaron a latinos y afroestadounidenses en los “disturbios zoot suit [trajes pachucos]”, desnudándolos y golpeándolos en las calles de una manera que habría enorgullecido a Hitler. El consejo municipal de Los Angeles, en un notable intento de culpar a las víctimas, respondió con la prohibición del tipo de vestimenta usado por los inmigrantes mexicanos llamado zoot suit. Cuando soldados estadounidenses iban apretujados en el Queen Mary en 1945 camino a la guerra europea, los negros estaban separados de los blancos y estibados en lo profundo del barco cerca de la sala de máquinas, lo más lejos posible del aire fresco, en el mismo lugar en el que los negros habían sido llevados a América desde África siglos antes. Los soldados afroestadounidenses que sobrevivieron a la Segunda Guerra Mundial no pudieron volver legalmente a casa a muchos sitios de EE.UU. si se habían casado con mujeres blancas en el extranjero. Soldados blancos que se casaron con asiáticas enfrentaron las mismas leyes contra el cruce de razas en 15 Estados.
Es simplemente disparatado sugerir que EE.UU. libró la Segunda Guerra Mundial contra la injusticia racial o para salvar a los judíos. Lo que nos cuentan de las motivaciones de las guerras es muy diferente de sus verdaderos objetivos. En gran parte las guerras son racismo por otros medios.
David Swanson es cofundador de AfterDowningStreet, escritor y activista, y el director en Washington de Democrats.com. Contribuyó este artículo a Media Monitors Network (MMN).

miércoles, 9 de febrero de 2011

Versión íntegra del pronunciamiento de Carmen Aristegui

Muy buenos días amigos ciudadanos, colegas y periodistas…
Me permitiré dar lectura a un texto que he escrito para asumir una postura pública sobre mi despedida del noticiero matutino de Noticias MVS ocurrida este fin de semana, asunto que ha generado múltiples muestras de solidaridad que desde aquí agradezco. Este es un suceso que, si bien afecta la vida profesional y laboral de un grupo de personas, entre las que me incluyo, tiene una trascendencia mayor a ese mero alcance limitado.
Sobre lo que quiero pronunciarme es sobre el alcance mayor de este evento, que impacta de maneras diversas a la sociedad mexicana. Una sociedad que en estos días y horas ha dado muestras de determinación y capacidad de respuesta frente a un hecho que agravia y que lesiona sus derechos fundamentales. La vigorosa, fuerte y decidida voz de miles de personas en las redes sociales –Twitter, Facebook-, otras modalidades y las manifestaciones en las calles son, en sí mismas, un gran acontecimiento. La gran noticia de que estamos vivos. De que los mexicanos a pesar de la espiral de violencia, muerte y horror que nos acompaña todos los días estamos aquí para reconocernos en el espejo y luchar por un México mejor.
Agradezco todas estas expresiones y celebro aquí, entusiasmada, su existencia y el signo vital que las acompaña. Abrazo a quienes en todos los tonos y con diferentes lenguajes se han manifestado en contra de lo que es a todas luces un hecho autoritario, desmedido e inaceptable. Un hecho así, sólo es imaginable en las dictaduras que nadie desea para México. Castigar por opinar o por cuestionar a los gobernantes.
El tema nos pega a todos. No sólo nos afecta a nosotros como profesionales, y a los ciudadanos a los que se les quita un espacio, se afecta también a este medio de comunicación y al grupo empresarial que desarrolla diversas actividades productivas a favor del país.
Este grupo está encabezado por una familia a quien estimo y valoro. Fundada por uno de los hombres más queridos y respetados de la industria, como fue Don Joaquín Vargas Gómez. Lamento sinceramente que sus nombres estén siendo acribillados con insultos en las redes sociales por la decisión tomada.
El pasado viernes 4 de febrero, en mi libre derecho a la expresión formulé un comentario editorial que aludía a un incontrovertible hecho noticioso. A raíz de lo ocurrido en la Cámara de Diputados el día anterior, cuando un grupo de legisladores exhibió una manta con la foto de Felipe Calderón con los ojos enrojecidos en la que se leía: “¿Tú dejarías a un borracho conducir tu auto? ¿No, Verdad? ¿Y por qué lo dejas conducir el país?" , naturalmente se produjo una gran rispidez que orilló a suspender la sesión en el recinto legislativo.
Había ahí ya una historia que contar a nuestras audiencias. Mi compañero Omar Aguilar presentó con gran profesionalismo ese hecho noticioso con pulcritud, con claridad y con suficiencia, jamás ocultó ni la manta, ni el contenido de la manta, ni a los autores de la manta, ni truqueo nada para que televidentes y radioescuchas no se enteraran de lo que decía la manta. No trampeó a nadie y presentó al público, como el público merecía, todas las expresiones que en diferentes sentidos se emitieron al respecto. Nuestro auditorio quedó perfectamente informado del acontecimiento y con elementos suficientes para hacer su propia valoración.
La información presentada me sirvió a mí de base para formular el citado comentario editorial: “Dejemos a un lado la caricatura, tomemos el asunto con seriedad”, e hice algunas otras consideraciones. Terminé con un cuestionamiento formal a las autoridades: “¿Tiene o no problemas de alcoholismo el presidente de la República?”
Yo no tengo manera de corroborarlo pero, si fuera el caso, sería algo delicado que debiéramos saber. No hay nada de ofensivo en la interrogante, especialmente si se trata de algo que, de existir, afectaría por su naturaleza la toma de decisiones que impactan en todo momento a millones de personas en el país.
El comentario editorial cerraba diciendo que el tema –y dada su exposición pública a través de la manta de los legisladores – merecía una respuesta sería, formal y oficial de la propia Presidencia de la República.
La Presidencia no respondió a la periodista, de inmediato exigió a los dueños –que no a la periodista- una disculpa pública inmediata por tremenda osadía.
Demostró con ello un grado de irritabilidad e intolerancia que por sí mismas hablan de algún tipo de problemática, que por supuesto, también debe ser analizada.
Reconozco que el cuestionamiento era duro, pero de ningún modo injurioso o difamatorio, tampoco se transgredía en ningún punto al código de ética que ha sido aludido. Era simple y llanamente la formulación de una pregunta válida. Pregunta hecha por una periodista cuya intención quedaba perfectamente delimitada.
El estado de salud y grado de equilibrio de un mandatario, por supuesto que es un asunto de claro interés público. La sociedad mexicana tiene derecho a saber con certeza, sin ofensas, sin caricaturizaciones, sobre las condiciones de salud de quien ha tomado y seguirá tomando todos los días decisiones gravísimas que impactan sobre el destino de una nación. Y vaya que sí ha impactado el destino de la nación las decisiones tomadas desde Los Pinos en este sexenio.
El motivo de mi despido, se dijo, fue haberme negado a ofrecer una disculpa y transgredir el código de ética, cosa que es falsa y se convirtió sólo en una coartada. En este momento no sólo no rectifico, ni me disculpo, porque no hay nada que disculpar; por el contrario, ratifico la pertinencia de que la presidencia de la República se manifieste al respecto.
Lamento si personalmente que el presidente y su familia se hayan sentido ofendidos por el cuestionamiento. No hay en la formulación de mi pregunta ninguna intención o ánimo de ofender. Lamento que ellos se sientan ofendidos, pero aún así, la pregunta sigue vigente.
El ejercicio del poder hace que las figuras públicas sean sujetas de escrutinios e interrogantes a los que no estarían sujetas otras personas por razón, precisamente, de sus responsabilidades y del impacto de sus decisiones. En una democracia esto forma parte del juego.
¿No tuvo Bill Clinton que hablar del semen depositado en el vestido azul de una muchacha ante una audiencia de millones de personas? ¿No acaso el estado de salud de Dilma Rousseff fue motivo de debate público antes de llegar a ser la presidenta de Brasil? ¿Acaso no son las francachelas y excesos de Silvio Berlusconi materia del debate nacional? ¿Por qué en México los empresarios de los medios pueden ser sometidos a presiones indebidas para que silencien a sus comunicadores? ¿Por qué la sociedad mexicana se tiene que conformar con una sola visión de las cosas? ¿Por qué fatalmente tenemos que vivir con la existencia de un duopolio televisivo que no sólo envilece las pantallas con programas denigrantes y nocivos como los de reciente estreno, sino que es ya en sí mismo un poder que ha dañado la vida democrática nacional?
¿Por qué México está entrampado en una espiral de degradación e infamia sin que hagamos nada al respecto? ¿Por qué seguimos dejándolos conducir de esta manera al país?
¿Qué clase de democracia es ésta que por un comentario editorial, que irritó al gobernante, se le corta la cabeza a quien opinó? ¿Por qué desde el poder político pueden llevar las cosas al extremo, escalando el conflicto, deliberadamente, hasta lograr hacerle las cosas imposibles tanto al empresario como al periodista ocasionando la ruptura?
La pregunta es: ¿Cómo es que pudieron elevar, desde Los Pinos, el grado de exigencia pidiendo casi la humillación por un hecho absolutamente sobredimensionado? ¿Cómo es que a un empresario a quien tenemos como decente lo llevaron a comportarse de esta manera? ¿Cómo pudieron lograr que se sintiera obligado a tal punto como para exigirme la lectura de una carta –obviamente no escrita por mí, en términos que me eran ajenos y que por supuesto no empataban con lo que dicta mi conciencia- para calmar la ira presidencial?
Una exigencia de la lectura indigna de esa carta que quien me lo formuló sabía de antemano que yo la rechazaría. Se llegó a ese extremo por el grado de vulnerabilidad en el que quedan quienes tienen negocios o concesiones en el mundo de las telecomunicaciones y los medios de comunicación. En este caso hay un conjunto de concesiones en juego y la resolución final sobre lo que pase con ellas se encuentra en el cajón del Presidente.
Lo que debería ser técnico, jurídico y legal, en realidad es un asunto político y discrecional. La aprobación que ha pasado por todos los filtros legales y técnicos está sujeta a los poderes dominantes en las telecomunicaciones, cuyo poder desmedido impide la entrada de nuevos competidores y a los que existen les hace la vida imposible.
Persiste hasta nuestros días, un elemento que condiciona y distorsiona la relación de los medios con el gobierno que es la discrecionalidad política en la toma de decisiones en materia de refrendo y otorgamiento de concesiones en el ámbito de las telecomunicaciones. Es ésta una de las razones fundamentales por las cuales en México no se despliega a plenitud un derecho fundamental como la libertad de expresión.
Asuntos que deberían resolverse con la mayor certidumbre jurídica, en materia de plazos, planes de cobertura, plan de negocios y de inversión, terminan siendo asuntos de decisión política y no de las áreas técnicas en la materia. Es el caso de las concesiones que en la banda de 2.5 GHz tienen varios operadores en el país del que MVS Comunicaciones posee la mayoría de ellas.
No obstante haber desahogado todos los requerimientos técnicos en materia de competencia, y de la opinión favorable de algunos comisionados de la Cofetel, de la opinión favorable de la Cofeco, y de tener a la espera –con riesgo de perderlas- cantidades millonarias de inversionistas nacionales y extranjeros a pesar de tener todo en regla y un mercado demandante.
Inexplicablemente, la decisión se ha retrasado por cinco años. Teniendo todo en regla, no hay razón técnica, jurídica, ni económica, que hoy no este satisfecha. La única razón que hoy impide a MVS Comunicaciones desplegar una red nacional de ancho de banda para Internet que compita con  los grandes conglomerados es total y absolutamente política.
Se coloca como una espada de Damocles en la vieja tesis autoritaria de la zanahoria y el garrote: Te portas bien, te refrendo la concesión. Te portas mal, te la niego. Este es el ambiente de presión en el que se desenvuelve la relación no sólo de concesionarios con el gobierno, sino es el ambiente en el que se desenvuelve el trabajo y el desempeño de cientos de profesionales en su relación con las empresas de comunicación.
Esa es la batalla diaria. En la medida en que los comunicadores y los empresarios batallan frente al gobierno, las audiencias ganan o pierden información. Lo más grotesco y paradójico es que los únicos beneficiados de esta herencia del viejo régimen son los grandes monopolios que ahora son capaces de mantener este diseño para evitar nuevos competidores.
Y aquí aparece de nueva cuenta la enorme responsabilidad de un poder legislativo que ha preferido el mantenimiento de reglas no escritas en lugar de una legislación moderna que de certidumbre jurídica a los empresarios, que tutele los derechos de los periodistas y garantice el acceso a la información de todos los ciudadanos.
Agradezco desde aquí el debate y los pronunciamientos que desde el Congreso se hicieron ayer por parte de los legisladores sobre el caso de nuestra despedida del noticiario; sin embargo, no sirve mucho a la democratización de los medios de comunicación condenar la censura por un hecho como este, al mismo tiempo que se coexiste con leyes que podrían y deberían ser modificadas en beneficio de toda la población y no de unos cuantos.
Sobre este ambiente de presión del gobierno hacia algunas empresas de comunicación actúa un fenómeno aún más grave que el antiguo control estatal sobre los medios. Se trata del debilitamiento del Estado y de sus instituciones por virtud de una supeditación política que parte desde el presidente de la República, atraviesa las Cámaras, amplias franjas del Poder Judicial, órganos reguladores a manos de nuevos poderes informales o fácticos que han logrado imponer su lógica de chantaje e intimidación, que los ha llevado a niveles de audacia y en un cálculo de poder, para sustituir –por lo menos parcialmente a poderes de la República.
Ahí está, por ejemplo, una tele bancada en el Congreso, algunos sujetos reguladores capturadas por sus regulados. Como nunca en la historia del Estado mexicano se han dejado crecer a estos poderes en México, que han llegado al punto, a la osadía, diría yo, de querer también apropiarse de la propia presidencia de la República. De otra manera no se explicaría la multimillonaria inversión que han  hecho de construirle una candidatura presidencial al gobernador mexiquense.
El trasfondo de lo sucedido en nuestro caso y que ha generado todas estas reacciones tiene que ver, precisamente, con este clima. Por esa razón es que una empresa decide, en sentido contrario a sus intereses, cancelar en el momento de mayor expansión, de mayor prestigio, de mayor influencia, un espacio de información crítica, de debate y opinión, que ha sido valorado por anunciantes y audiencias. Por eso toma una decisión suicida.
Como tantas obras ésta es una empresa sometida indebidamente a una presión incompatible con un régimen democrático y de Estado de Derecho. Mientras no cambiemos las estructuras que están en la base de esta relación insana, los espacios con influencia crítica se ven permanentemente hostilizados y en su conjunto los medios de comunicación terminan por estandarizar o uniformar sus coberturas informativas. Se achata la libre opinión, se merma el debate y se inhibe la conducta crítica. Eso daña seriamente la democracia y, por supuesto, los derechos fundamentales de las y los ciudadanos de este país.
¿Y bueno, me dirán, ahora que hacemos con lo sucedido? Aceptamos lo sucedido, que no le viene bien a nadie, u optamos por la ética de la responsabilidad y buscamos un camino? Sin claudicar pero sin exigir que el otro se arrodille.
Joaquín Vargas sabe perfectamente que yo no infringí ningún código de ética, sabe lo que sucedió, sabe que fue un coartada, sabe, porque las sufre todos los días, de las razones verdaderas que están detrás de la decisión que está a punto de costarnos la cabeza, y digo a punto porque voy a plantearle una salida, digna, decorosa e inteligente. Ya sabrá si la toma.
Joaquín sabe como pocos de lo que yo estoy hablando. Le digo a MVS que no le demos el gusto a los que saborean este fracaso.
Lo sucedido entre el viernes y el fin de semana entre Los Pinos, nuestras oficinas, no sé si también otras -La Destilería y el Meridien-, es algo que no se merece nadie, que nos daña a todos, y que para lo único que va a servir es para el desahogo absurdo de un berrinche presidencial y para beneplácito de los que prefieren que nadie compita, que nadie cuestione o que se cuestione poquito.
No se lo merece un grupo de profesionales que estaba haciendo su trabajo que se ve brutalmente interrumpido. No se lo merecen, por supuesto las audiencias, no se lo merece la familia Vargas porque han sido colocados en una disyuntiva perversa en donde tienen que calibrar como grupo empresarial qué les cuesta más frente al gobierno y poderes que lo presionan: si la cabeza de Aristegui o la banda de los 2.5 gigahertz. No se lo merece el país.
La Asociación Mexicana de Derecho a la Información, a la que pertenezco y que preside el maestro Raúl Trejo Delarbre ha dicho que la salida nuestra del aire es una pésima noticia para la sociedad mexicana. La decisión tomada es desafortunada para todos. “Pierde MVS, cuya independencia editorial queda en entredicho debido a la suspensión de este espacio; pierde la periodista y su amplia audiencia. Pierde la Presidencia de la República, de donde surgieron las exigencias para que Carmen Aristegui se disculpara por el comentario que hizo el viernes 4 de febrero”.
AMEDI exigió a la Presidencia “que con hechos, y específicamente en este caso, garantice el derecho a la libertad de expresión, así como el derecho de los ciudadanos a la información”. Solicitó a MVS “que reconsidere el despido de Aristegui”. Y es exactamente lo mismo que solicito yo a ellos ahora desde aquí.
El país no está más para seguir perdiendo los espacios que hemos ganado; el país no está para que se nos sigan regateando los derechos que nos pertenecen. México atraviesa por un momento crítico, el nivel de descomposición, de violencia y de debilitamiento institucional es profundamente grave… como para quedarse parado… No nos puede ganar el pasmo cuando el futuro de México se ha ensombrecido. Nos necesitamos informados, en alerta, críticos, no nos podemos dar el lujo de tirar por la borda lo ganado ¿A cuenta de que lo justificaríamos?
Nuestra transición democrática ha adquirido un cariz trágico. Los niveles de violencia, de descomposición y de degradación de la vida pública están llegando a niveles de escándalo. La clase política mexicana, que no ha estado a la altura de los retos y desafíos nacionales, parece no darse cuenta del avance de estos nuevos fenómenos de poder que la han carcomido y debilitado como nunca antes. ¿Dejamos que sigan avanzando sin contraponer una fuerza social que, por lo menos los identifique, los discuta y los analice?
¿Nos quedamos a la sombra de políticos sometidos a intereses particulares porque antes que gobernar bien, hay que salir en la tele… o de gobernantes timoratos e irresponsables que lejos de atemperar concentraciones monopólicas, las han hecho crecer más creando monstruos de poder que los tienen sometidos y frente a los cuales no se atreven a dar ni un paso.
Esta mañana hago un llamado para revertir los efectos de este hecho ominoso. Yo tiendo la mano y escucho a los que están en la calle y me dicen “tienes que regresar”. Estoy dispuesta a regresar al aire este próximo lunes, siempre y cuando se cumpla una condición básica y única: Que MVS anuncie que retira de forma oficial el comunicado emitido junto con mi salida en el cual afirma falsamente que “transgredí nuestro código de ética y que promoví la difusión de rumores como noticias”.
Como consecuencia de ello, pido que se publique otro comunicado oficial de la empresa en donde la valoración sobre mi integridad ética que pretendieron dejar en entredicho quede resarcida.
Si MVS acepta hacerlo, se reconocerá tácitamente la naturaleza real de lo sucedido. Eso sería suficiente.
Joaquín lo sabe muy bien. Mi integridad profesional y ética nunca estuvo en entredicho realmente, que fue una coartada para tomar una decisión que le imponían, que el verdadero problema está en otro lado. Regresemos al aire y quedará evidenciado.
La Presidencia tendrá que hacer una valoración de lo sucedido. Serenamente. Sin odios. Con la seriedad que implica tomar decisiones a nombre de los otros, y aceptando, aunque no agrade, que los ciudadanos y los periodistas tenemos derecho a preguntar, inquirir y criticar sobre lo que juzguemos pertinente.
Estoy aquí para hacer este llamado, para revertir un hecho ominoso como el que sucedió, de manera digna, decorosa e inteligente, apostando por la verdad pero sin romper lo construido.
Mi estimado amigo Jorge Ramos escribió un texto magnífico que tituló “El derecho a preguntar”, recordaba ahí a la maestra Oriana Fallacci quien decía que no debía existir ninguna pregunta prohibida. Todo se puede preguntar, con mayor razón si se trata de preguntarle a gente con poder.
Jorge contaba también de una entrevista realizada al presidente Vicente Fox, había interrogantes en el ambiente de por qué aparecía desanimado, sin ímpetu, sin grandes propuestas. El periodista le preguntó al mandatario, sin alimentar rumores: “¿Toma Prozac?” Fox miró al periodista y contestó simplemente: “No”. Por supuesto no le gustó la pregunta, pero la contestó. Tal como escribió Ramos: No hay pregunta prohibida. No hay pregunta tonta. Y cuando surge la oportunidad hay que hacerla, aunque sea la última vez.
A partir de aquí cierro mi comentario, no agregaría más porque el planteamiento esta formulado y lo que resta es esperar la respuesta…
Gracias a todos y buenos días.